«Ovoide y armada de ballenas, comenzaba por tres molduras circulares; después se alternaban, separados por una banda roja, unos rombos de terciopelo con otros de pelo de conejo; seguía luego una especie de bolso rematado en un polígono guarnecido de un bordado en trencilla complicada, de donde pendía, al cabo de un largo cordón muy fino, una cruceta en forma de borla. Era una gorra nueva y la visera relucía.»

Madame Bovary, la novela más famosa de Gustave Flaubert, fue publicada periódica y trabadamente (sufrió numerosos cortes y correcciones fruto del incansable perfeccionismo de su autor) en la Revue de París durante 1856. Constituye una de las cimas indiscutibles de la literatura universal y la suma de la ciencia psicológica del propio Flaubert.

La obra gozó desde su aparición de la notabilidad que su calidad merecía, aunque el motivo desencadenante fuera de naturaleza más polémica que literaria: su argumento relataba un caso de infidelidad femenina culminado en tragedia. A principios de 1857 el revuelo que Madame Bovary provocó en la sociedad culta francesa cristalizó en un proceso judicial por Ofensa a la Moral y a la Religión contra la Revue y el escritor. Flaubert fue absuelto el 31 de enero de ese mismo año y la fama de su novela se vio fortalecida (al contrario que le sucedió a Baudelaire con Les fleurs du mal, por la que fue acusado con los mismos cargos también en 1857). Con tales antecedentes, resulta significativo que Madame Bovary se haya instalado literariamente en un incontestable primer pedestal al margen de auras escandalosas u otras formas superficiales de malditismo asociados al movimiento simbolista que estaba por comenzar. Analizar las claves estéticas de este logro es lo que intentaremos desentrañar en los siguientes párrafos.

La pieza reunió las condiciones necesarias para ser puente a la vez que elemento de ruptura, entre Romanticismo y Realismo dentro del género de la prosa (en poesía, este lugar está reservado para la ya mencionada Fleurs du mal en un acierto sin par de la censura) El relato de un hecho tan sórdido como las desventuras extramatrimoniales de la esposa de un boticario, representante pusilánime de la baja burguesía francesa, se realiza sin las intromisiones de tipo moral usuales en la literatura romántica. El escritor romántico[1], tocado por la inspiración liberadora que guía al pueblo como tutor prometeico, cede su lugar al intelectual puro, al esteta eremita dispuesto a convertir en arte hasta lo más escabroso y vil. Flaubert deja a un lado la Iluminación y la Imaginación Visionaria y se centra en el oficio de escritor, en la mirada, y completa un minucioso retrato de un hecho trivial, aunque representativo, de la sociedad en la que vive. Los más de cuatro años invertidos en la redacción de la novela, con sus 42 borradores y las 1700 páginas de manuscrito original, nos dan idea del exigente trabajo que para Flaubert debe desempeñar un escritor. La literatura como carrera profesional había surgido en Francia en la década de 1830 y Flaubert la lleva más allá del mero productor de textos. Es el artista comprometido sólo con su obra que vive para crear. Sin embargo, no es solo el escritor el que cambia su modus operandi y su significación social, también el lector se sume en una irónica metamorfosis. Si en las novelas románticas de Víctor Hugo, Stendhal o Balzac caminamos por los escenarios confiadamente de la mano del autor, mediante un proceso de identificación poética; en Madame Bovary esta relación o comunión de almas romántica se disuelve en incomodidad y esfuerzo. Al lector le resulta costoso sumergirse en la historia a causa de la repulsión que ésta le produce. No se deja llevar, se encuentra en plena consciencia, frente a una obra de arte textual. En este sentido resulta especialmente clarificador el pasaje en que Emma, la infiel esposa de George Bovary, acude a ver la obra de Walter Scout, El drama de Lucía, y se acaba creyendo la propia protagonista, como reacción ante el aburrimiento que le reporta su vida. Este acto quijotesco simboliza, además de un homenaje a la obra cervantina[2], una contraposición de planos simbólicos en el que la terrible realidad narrada fuerza al consuelo ficticio y patético de Emma. ¿Si el plano literario hace referencia a la obra medieval, cuál es el que hila la historia de los Bovary? Uno deliberadamente impersonal, periodístico, casi impresionista, en el cual la narración deviene  visual, auditiva y rítmica hasta hacerse rumor. Es un nuevo lugar desde el que narrar, heredero de la bufa recreación cervantina o rabeseliana de lo ilusorio y lo real dentro del propio texto, más allá del estilo realista y superador del Romanticismo que lo conforma. Una estación que previene el monólogo interior moderno o la fragmentación irónica postmoderna[3] de la Novela del siglo XX y que todavía hoy, frente una actualidad literaria poblada por la sobreabundancia de publicaciones netamente evasivas y linealmente articuladas, sigue siendo joven.

Flaubert declaró sobre la condición realista de Madame Bovary que era precisamente su odio a lo real lo que le había impulsado a escribirla.  El pasaje inicial y que da nombre a este artículo es, en este sentido, toda una declaración de intenciones a la vez que una prueba irrefutable del espíritu innovador de la obra. En él se describe la gorra del escolar George Bovary, provinciano, torpón y novato, que se presenta en la sala de estudio con ella ataviado. Es la burla de sus compañeros y profesor a causa de dicho atuendo lo que inicia la novela: Ovoide a la vez que armada de ballenas, iniciada por tres molduras circulares y alternando  rombos de terciopelo con otros de pelo de conejo; separados por una banda roja, que era acabada por una especie de bolso rematado en un polígono guarnecido de un bordado en trencilla complicada, de donde pendía, al cabo de un largo cordón muy fino, una cruceta en forma de borla. El resultado es un sombrero totalmente ridículo, barroco hasta la extenuación y grotesco, que se corresponde en valor e intención metafórica con el pastel de boda de los Bovary (capítulo IV), pieza montada que parte de una base de cartón azul que figuraba un templo con pórticos, columnatas y estatuillas de estuco, hasta la coronación de un Amorcillo balanceándose en un columpio de chocolate, cuyos dos postes terminaban en dos capullos naturales, a modo de bolas, en la punta. 

¿Es esto realismo? No, es tan sólo el dibujo escrito de la imposibilidad. La imposibilidad de la literatura que tan sólo algunos como Flaubert hacen posible:

Era una gorra nueva y la visera relucía.

[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=lsvPqPBJqu8[/youtube]

 

[1] El máximo exponente de este tipo de autor es Víctor Hugo (1802-1885), a cuyo funeral en el Arco del Triunfo parisino acudieron más de dos millones de personas en representación de todos los estratos de la sociedad.

[2] Flaubert expresó en multitud de ocasiones su admiración por Cervantes y El Quijote, al que llegó a comparar con las pirámides afirmando que sigue creciendo a medida que se le contempla.

[3] Es muy significativo y ampliamente estudiado el abrupto cambio de narrador en primera persona a narrador omnisciente en el capítulo primero de la primera parte, una vez se ha descrito la entrada del joven George Bovary a la sala de estudios donde empieza la historia.